Cómo asumir la responsabilidad de nuestras emociones
En el post anterior hablábamos de cómo identificar y expresar emociones. Ahora podríamos hablar de quien tiene o asume la responsabilidad de esas emociones.
“Soy responsable de mi pensar, sentir y actuar, me guste o no, los culpables no existen”.
Elle Ferreira-
Un profesor mío de universidad me habló una vez de un libro, de un tal Rosenberg, Comunicación No Violenta. Este libro habla de las maneras de enfrentarse a las emociones: Una, culpar al otro; dos, culparse a uno mismo; tres, ni lo uno ni lo otro, no hablar de culpa sino de responsabilidad. Esto es: sin juzgar, observar, identificar y expresar los sentimientos y repartir las responsabilidades. Tomar cierta distancia para observar con más claridad qué sentimientos están en juego, cuales son las propias emociones y cuales las del otro (empatizar), expresarlas con la mayor claridad posible, y así poder decidir a quién le toca actuar y de qué manera.
Podemos culpar siempre al otro, hacerle responsable de todo. Pero eso no hace más que provocarnos un sentimiento de rabia e impotencia, porque al ser suya la responsabilidad nos ponemos en sus manos. Podemos también asumir toda la responsabilidad, no sólo de lo que sentimos sino también de lo que el otro siente, pero eso no hace más que cargarnos porque nos obliga asumir todo el peso. Una tercera posibilidad sería, ni lo uno ni lo otro, repartir la responsabilidad.
Tomar cierta distancia, además, nos permite ver que hay detrás de las emociones, qué necesidades. Por ejemplo, “no me escuchas” puede querer decir que no me siento comprendido. Es en el fondo una petición que le hago al otro de que me comprenda. Este proceso de distanciarnos nos libera de un exceso de emociones, que nos impide resolver así la situación.
Estar sumergido en las en las emociones nos impide ver las cosas con suficiente nitidez. Entonces no se trata tanto de resolver como de cubrir necesidades, nos hace sentirnos víctimas y la culpa nos impide actuar. En cambio, desde la responsabilidad podemos escuchar los sentimientos de otras personas sin ponernos a la defensiva, entendiéndolos como parte de su historia, y como una invitación a entrar en su mundo, como el conjunto de miedos, creencias, prejuicios, etiquetas, herencias familiares.
El coaching nos ayuda en todas estas etapas.
Cambie lo que cambie nuestro entorno, la verdadera batalla es interna. El cambio no se produce hasta que no nos enfrentamos a nuestros demonios.